Dawn cruzó de puntillas el jardín, pintando el mundo en tonos de rosa y lavanda. Aún aferradas a los pétalos de un girasol, gruesas gotas de lluvia brillaban como joyas en miniatura. Y enclavada en el corazón de la flor, acunada por un amarillo aterciopelado, había una bola de cristal en miniatura.
La luz del sol, inclinándose a través de las hojas bañadas por el rocío, golpeando el orbe, encendiendo una tormenta en miniatura en su interior. Las gotas de lluvia capturadas, que alguna vez fueron joyas, se convirtieron en galaxias arremolinadas, y sus reflejos eran un caleidoscopio de verdes y azules que danzaban en la cara de la flor.
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Dentro del mundo, la tormenta avanza a cámara lenta. Pequeños zarcillos de niebla se elevaban desde el corazón del agua, imitando nubes de tormenta en miniatura, con sus bordes teñidos con el oro rosa del amanecer. Un destello de luz solar captó una sola gota, transformándola en una estrella fugaz que surcó el cielo microcósmico.
Luego, a medida que el sol ascendía, la tormenta dentro de la bola comenzó a calmarse. Las galaxias de gotas de lluvia se fusionaron, transformándose en un estanque tranquilo, reflejando el corazón dorado del girasol. En esa superficie tranquila, el mundo exterior se reflejaba: las briznas de hierba que se balanceaban, las alas vibrantes de una mariposa revoloteando y la silueta distante de un árbol, con sus hojas brillando con la luz de la mañana.
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Pero el agua también guarda secretos. En sus profundidades, atrapados como sueños en ámbar, danzaban reflejos en miniatura del viaje de las gotas de lluvia. Cada gota, un pequeño aventurero, lleva un recuerdo de su caída: el susurro del viento entre las hojas, el beso fresco contra un pétalo sediento, la emocionante caída en picado hacia la tierra.
A medida que avanzaba la mañana, el cálido sol besó la bola de cristal y el pequeño estanque comenzó a brillar. El agua se evaporó, elevándose en una tenue columna de niebla que bailó alrededor de la cara del girasol. Con él, ascendieron los recuerdos de las gotas de lluvia, una oda silenciosa a la tormenta que las engendró.
Y el girasol, disfrutando del abrazo del sol, permaneció como un testigo silencioso de la efímera belleza del ballet de las gotas de lluvia. Sus pétalos dorados, todavía adornados con joyas adheridas, guardan el recuerdo de la tormenta, un susurro de magia capturado en el corazón de una sola flor.
Entonces, la próxima vez que seas testigo de una gota de lluvia adherida a un pétalo, recuerda el microcosmos que contiene. Dentro de cada pequeño globo, podría desatar una tormenta, podría girar una galaxia y podría desarrollarse un viaje, un testimonio de las maravillas ocultas que florecen, invisibles, en el corazón de cada gota de lluvia, cada flor, cada momento.